Así se convirtió Coldplay en el grupo más odiado del mundo.
Follow @Mazana17Los defensores de Coldplay no meten tanto ruido.
En el año 2000 todos amábamos el ‘Parachutes’. ¿Qué ha pasado?
El problema es que Coldplay son los representantes de la zona de confort, de la diplomacia sonora.
Los defensores de Coldplay, sin embargo, no meten tanto ruido. Se han convertido en una especie de masa silenciosa, y conozco alguno que ha elegido llevarlo en secreto por temor a las represalias. Ser un paria cultural es jodido, así que es preferible vivir en la clandestinidad del placer culpable que salir a la luz y tener que rendir cuentas ante el gran septón. ¿Por qué si todo el mundo odia a Coldplay continúan llenando estadios? Pues de la misma manera que Rajoy gana las elecciones, el Sálvame Naranja tiene un 20% de audiencia y Mr. Wonderful sigue vendiendo tazas que dicen que hoy es viernes aunque sea martes.
Mucho se ha escrito sobre la aversión hacia Chris Martin y sus secuaces: Andy Gill vomitaba sus críticas viscerales en esta divertida confesión en el Independent: “Un nuevo disco de Coldplay. Bueno, al menos no estoy esquivando balas en Afganistán”; Nico Lang sostiene la teoría de que nos gusta odiar a Coldplay porque realmente amamos su música, de la misma manera que en el colegio insultábamos a la niña que nos gustaba; y Carlos Megía buscaba culpables en este gran artículo en S Moda. Pero sea como sea, cualquier noticia acerca de la banda origina unos comentarios extremistas que proceden de un ejército de detractores sedientos de sangre y de unos pocos valientes defensores espartanos atizando al hater snob, como si fuera su único enemigo.
En el ensayo ‘Música de Mierda’ (Blackie Books, 2016),
absolutamente recomendable, Carl Wilson disecciona el gusto musical y
azota a crítica y prejuicio haciendo un análisis que parte de su
aparente odio irracional por Celine Dion. Mientras leía
el libro, me preguntaba cuál era mi Celine Dion y me venía a la cabeza
Coldplay de manera recurrente. Qué se le va a hacer, les he cogido
inquina. Y eso que por el año 2000, que estaba yo de Erasmus, me
devoraba el ‘Parachutes’. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué este juicio sumarísimo?
Lo primero de todo, este odio no es irracional. Mi odio hacia el dragón de Komodo, maldito animal, es irracional, pero normalmente las cosas culturales tienen una justificación. Decir que millones de personas profesan un odio irracional a Coldplay es una temeridad absurda: el odio está justificado, otra cosa es que esté bien justificado o mal justificado. Y segundo, Chris Martin y compañía no destacan por nada especialmente detestable o insoportable. Lo que conforma nuestro odio hacia ellos es un conjunto de factores irritantes en los que en todos ellos, eso sí, puntúan de manera notable. Esto produce una especie de fenómeno único y poderoso que no ocurre con otras bandas: la tormenta perfecta del odio. Vamos a analizar uno a uno estos factores.
¿Es suficiente esto para odiarlos? En absoluto, otros grupos como Muse o los mismísimos U2 tienen un historial similar si analizamos las puntuaciones críticas, y si bien tienen sus detractores, parecen bambis al lado de la masa enfurecida de Coldplay. Sumad y seguid.
El problema es que Coldplay son los representantes de la zona de confort, de la diplomacia sonora. En su historia musical reciente no existe el vaivén emocional: todo parece una charla buenrollista sobre coaching vital ante una masa de oyentes atizados a clonazepam. Y aunque la música pueda tener un componente lúdico, sin más, esta lobotomización sentimental es imperdonable para una generación que ha crecido leyendo a Palahniuk y viendo jugar a Maradona.
Esta realidad tiene una parte de verdad, una parte de envidia y otra parte de sentido de justicia. Nos caen mal los que tienen éxito porque tienen poder. Es decir, odiar al Madrid, al Barça o a X, siendo X el equipo que entrena Mourinho, es relativamente sencillo. Sociológicamente, a nosotros lo que nos pone, de una manera poética, es el Leicester City, las lágrimas de Simeone y el Alcorconazo.
Aún así, casarte con Gwyneth Paltrow significa entrar de lleno en el resort de la fama, pero sin la pulsera de todo incluido. Combina lo peor de ser famoso con lo peor de ser un tipo anodino. Si se hubiera casado con Lindsay Lohan o con Kate Moss, Coldplay hubiesen firmado discos capaces de levantar a los muertos, basados en un escaparate de noches infinitas, visitas a urgencias y ojeras de oso panda, pero Chris Martin eligió el camino de la virtud.
Cuando se separaron Chris Martin y Gwyneth Paltrow, muchos esperábamos una especie de exorcismo musical de Coldplay con un disco de desamor (y un poquito de despecho). Pero ni por esas. La pareja, que se divorciaba esta misma semana tras dos años de separación, parece llevarse muy bien y respetarse por encima de todas las cosas.
Como muestra de esta aversión al conflicto, en 2011 Foo Fighters se metían con Coldplay en un vídeo musical, haciendo un chiste sobre su popularidad entre las masas. Luego, el bueno de Dave Grohl reiteraba su posición: "No odiamos a Coldplay, simplemente nos gusta reírnos de ellos". Que Dave Grohl te diga esto es el equivalente a que tu cuñado consiga ponerte en evidencia en la cena de Nochebuena. En lugar de contraatacar con fiereza, seguro que Chris Martin le dedicó buenas palabras y se quedó en ese limbo anodino que tanto odiamos.
-¿Y usted de qué está tan gordo?
-De no discutir.
-No puede ser por eso.
-Es verdad, no puede ser por eso.
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follow Us at our Social Network :Lo primero de todo, este odio no es irracional. Mi odio hacia el dragón de Komodo, maldito animal, es irracional, pero normalmente las cosas culturales tienen una justificación. Decir que millones de personas profesan un odio irracional a Coldplay es una temeridad absurda: el odio está justificado, otra cosa es que esté bien justificado o mal justificado. Y segundo, Chris Martin y compañía no destacan por nada especialmente detestable o insoportable. Lo que conforma nuestro odio hacia ellos es un conjunto de factores irritantes en los que en todos ellos, eso sí, puntúan de manera notable. Esto produce una especie de fenómeno único y poderoso que no ocurre con otras bandas: la tormenta perfecta del odio. Vamos a analizar uno a uno estos factores.
Musicalmente, han empeorado con el paso de los años
Tirando de hemeroteca musical, Coldplay gozaron del favor de la crítica en sus dos primeros discos. Esto es un dato objetivo, o al menos, una estadística sobre muchos datos subjetivos. Si su debut puntuó casi con un 75% positivo, su segundo disco ‘A Rush of Blood to the Head’, obtuvo más de un 80% y es considerado uno de los mejores discos de la década pasada. A partir de ahí, sus calificaciones sufrieron una decadencia constante. Su tercer disco, ‘X&Y’, si bien no fue tan maltratado, se quedó en poco más del 70% con un comentario generalizado de que no había nada nuevo. A partir de ahí, caída libre, hasta llegar a apenas un 60% en su último disco ‘A Head Full of Dreams’. Mientras otros grupos que jugaban en la misma liga, como Radiohead o Arcade Fire, han mantenido una excelencia de crítica constante, Coldplay han perdido esta batalla.¿Es suficiente esto para odiarlos? En absoluto, otros grupos como Muse o los mismísimos U2 tienen un historial similar si analizamos las puntuaciones críticas, y si bien tienen sus detractores, parecen bambis al lado de la masa enfurecida de Coldplay. Sumad y seguid.
La imperdonable tibieza emocional
Si algo caracteriza a la música pop rock, sea cual sea el alcance de ambas palabras, es que nace en el espíritu adolescente y busca el vector emocional. Y por esto podemos entender desde un existencialismo nihilista hasta una tristeza suicida porque me han abandonado y me han dejado broken-hearted. Desde Sex Pistols hasta Michael Bolton, todos tienen sus mierdas.El problema es que Coldplay son los representantes de la zona de confort, de la diplomacia sonora. En su historia musical reciente no existe el vaivén emocional: todo parece una charla buenrollista sobre coaching vital ante una masa de oyentes atizados a clonazepam. Y aunque la música pueda tener un componente lúdico, sin más, esta lobotomización sentimental es imperdonable para una generación que ha crecido leyendo a Palahniuk y viendo jugar a Maradona.
El éxito genera rechazo
La historia de Coldplay es el cliché absoluto del éxito musical de gran discográfica. Universitarios que graban un EP, firman un contrato con Parlophone (ahora dentro de Warner Music) y comienzan una carrera de éxito y poderío que les lleva a llenar estadios, uno de los pecados capitales de la música moderna. Para la cultura biempensante, firmar por una gran discográfica está ya despenalizado, pero el concepto de arena pop rock es incompatible con la calidad musical y entran en el decadente mundo de la radiofórmula.Esta realidad tiene una parte de verdad, una parte de envidia y otra parte de sentido de justicia. Nos caen mal los que tienen éxito porque tienen poder. Es decir, odiar al Madrid, al Barça o a X, siendo X el equipo que entrena Mourinho, es relativamente sencillo. Sociológicamente, a nosotros lo que nos pone, de una manera poética, es el Leicester City, las lágrimas de Simeone y el Alcorconazo.
La fama, esa gran cabrona
En el año 2000 Chris Martin parecía un aburrido chico indie ajeno a las luces y al papel couché. Un par de años más tarde ocupaba portadas de prensa amarilla por su noviazgo con Gwyneth Paltrow. Podríamos escribir otro artículo acerca de por qué odiabamos a la Paltrow, pero se podría resumir en ‘Shakespeare In Love’ y Oscars 1999. Un cantante británico de un grupo emergente que nos gustaba se casaba con una starlette americana, sobrevalorada por aquellos premios. Y eso no entraba dentro de nuestros paradigmas independientes, porque éramos jóvenes y un poco gilipollas, aunque tuviéramos motivos tan nobles como cualquiera.Aún así, casarte con Gwyneth Paltrow significa entrar de lleno en el resort de la fama, pero sin la pulsera de todo incluido. Combina lo peor de ser famoso con lo peor de ser un tipo anodino. Si se hubiera casado con Lindsay Lohan o con Kate Moss, Coldplay hubiesen firmado discos capaces de levantar a los muertos, basados en un escaparate de noches infinitas, visitas a urgencias y ojeras de oso panda, pero Chris Martin eligió el camino de la virtud.
Ya que eres famoso, líala parda
Así que la vida de Chris Martin se podía resumir en una dieta de tofu, canciones de buena onda y sonrisa permanente y esto, desde un punto de vista psicológico, es queroseno para los haters. Por ejemplo, si Kim Kardashian la monta en twitter contra Taylor Swift, nuestra naturaleza perversa y morbosa hace que nos posicionemos como perros de presa en un lado de la acción y generemos emociones contrastadas a favor o en contra. Incluso si no tomamos parte, el momento palomitas merecerá la pena. Kanye West, por ejemplo, es un caso de estudio estupendo de animadversión general y respeto profesional, probablemente por el hecho de que es un tipo que está vivo y tensa la cuerda constantemente. Querer ser el centro de atención se perdona, pero no querer participar del día a día, eso es inadmisible... ¿Se cree Chris Martin mejor que los demás?Cuando se separaron Chris Martin y Gwyneth Paltrow, muchos esperábamos una especie de exorcismo musical de Coldplay con un disco de desamor (y un poquito de despecho). Pero ni por esas. La pareja, que se divorciaba esta misma semana tras dos años de separación, parece llevarse muy bien y respetarse por encima de todas las cosas.
Como muestra de esta aversión al conflicto, en 2011 Foo Fighters se metían con Coldplay en un vídeo musical, haciendo un chiste sobre su popularidad entre las masas. Luego, el bueno de Dave Grohl reiteraba su posición: "No odiamos a Coldplay, simplemente nos gusta reírnos de ellos". Que Dave Grohl te diga esto es el equivalente a que tu cuñado consiga ponerte en evidencia en la cena de Nochebuena. En lugar de contraatacar con fiereza, seguro que Chris Martin le dedicó buenas palabras y se quedó en ese limbo anodino que tanto odiamos.
-¿Y usted de qué está tan gordo?
-De no discutir.
-No puede ser por eso.
-Es verdad, no puede ser por eso.
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